Me da
pena, ya que Stephen King ha sido para
mí uno de los pocos escritores que ha conseguido ponerme la carne de gallina
mientras leía alguna de sus obras, pero ya, a día de hoy, tengo que tirarle de
las orejas.
Novelas
como “It”, “Cementerio de animales”, “El misterio
de Salem’s Lot”, “La zona muerta”,
“La niebla”… consiguieron mantenerme
en vilo azuzándome de vez en cuando con escalofríos de terror y placer.
Luego
llegaron otro montón de títulos suyos, incluyendo novelas y recopilaciones de
cuentos, de los que podría decir que he leído mucho, mucho, prácticamente casi todo.
Me
falta alguna cosa que otra, sobre todo de lo último que ha publicado, ya que, a
medida que ha ido pasando el tiempo, me he encontrado con un King sin chispa,
que se dedica a recrear ambientes, a contar las historias de los personajes
hasta la tercera generación, incluyendo los parientes, con toda clase de detalles,
incluyendo vida y milagros de cada uno; un King que da doscientas vueltas antes
de atacar el núcleo de la historia que está contando, que escribe
introducciones casi más largas que los cuentos y narraciones que presenta…
Vamos,
que todo lo original, lo que enganchaba, lo que hacía vibrar en su obra inicial ha
quedado difuminado y relegado a pequeños chispazos, aunque, eso sí, rodeado de
una catarata inconmensurable de “paja” que se añade a las tramas originales.
Palabras, palabras, muchas palabras…
Tengo
entendido (no puedo afirmarlo con seguridad) que los escritores
norteamericanos en sus novelas cobran por palabra; ¡no me extraña que King sea
multimillonario!
Y es
que “tochos” habituales de más de 700-800 páginas
(más de 1000 en “La cúpula”), en los
que la historia central, sin contar con toda la parafernalia psicológica, las
descripciones de los personajes, las músicas y todas las cadenas de radio de la
zona, las subtramas periféricas, los “sucedidos” añadidos que decimos por aquí,
etc, si se sintetizasen podrían quedar reducidos a la
categoría de novelas cortas , con lo que el rendimiento económico sería mucho
menor para el autor.
Mi
último intento de acercamiento para con él ha sido la lectura de “El bazar de los malos sueños”, recién
publicado este año, pero ha sido volver a chocar contra la pared (es que no
escarmiento). Desastre total (salvo un par de historias –reeditadas y ya leídas-).
¡A
vivir de rentas!, o algo así parece que hace nuestro rey, a quien se le cayó la corona de la originalidad, pena.
¡Vamos dados!
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