El año pasado, en el viaje que hicimos a Grecia entre las muchas cosas que vimos había una que me llamaba especialmente la atención: en las cunetas, en los bordes de las carreteras, se erigían cantidad de pequeñas construcciones, a modo de diminúsculas basílicas, en general muy bien cuidadas (aunque había algunas abandonadas) en las cuales se encontraban velas encendidas, flores, iconos religiosos e incluso algunos alimentos.
Picado por la curiosidad, le pregunté a nuestro guía por ellas; el motivo de semejantes construcciones –dijo- era doble: unas estaban construidas en aquellos lugares en los que la gente, los campesinos, los viajeros, habían tenido “apariciones o visiones religiosas”, sucesos que por allí son tomados como algo más habitual que por aquí (me decía con un poco de sorna: “¡el sol de Grecia calienta mucho!”). El otro motivo era, tal como me esperaba, el de recordar a los muertos en accidentes de tráfico, al igual que hacemos también por otros lares. Nosotros no hacemos construcciones, ponemos algunas placas o, sobre todo, dejamos flores en los sitios en los que nuestros familiares o amigos perdieron la vida.
Muchas veces en mis caminatas entre Zarautz y Getaria suelo recordar aquellas pequeñas basílicas votivas griegas al pasar junto a las flores que alguien pone en la barandilla del paseo (foto inferior), por cierto ambas desaparecidas con el último temporal de marzo. Seguro que en cuanto reparen el barandillado reaparecen las flores.
Nota: la foto es de septiembre de 2007.
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