Las costumbres van cambiando con el tiempo al igual que nuestros hábitos de compras. Antes todas las compras diarias de alimentos las realizábamos en la tienda, el único y pequeño comercio de ultramarinos que solía haber en nuestro barrio. Allí había de todo excepto carne y el pescado que se vendían aparte en sus propios establecimientos.
La tienda era el lugar al que nuestra madre nos enviaba a hacer compras en unas cantidades que ya han pasado a la historia de las medidas de peso: las libras y las medias libras; y en el que el concepto de “venta a granel” era algo corriente para gran cantidad de productos, así como “el fiado” al que recurría mucha parte de la clientela.
Bueno al grano que me desvío, o mejor en este caso al diente, al diente de ajo. Antes era muy común comprar este condimento alimentario tan utilizado en nuestra cocina "por cabezas”. Ir a la tienda a por una cabeza de ajos era algo rutinario. Hoy en día es imposible encontrar en los supermercados una cabeza de ajos suelta, todas vienen embasadas con su redecilla de plástico y nunca en cantidad inferior a las cuatro.
También era muy corriente el comprar para casa una ristra de ajos, y así había en casa para una larga temporada; ahora excepto en alguna feria agrícola no se ve ni una por esta zona, por eso me llamó mucho la atención el ver una ristra de ajos colgada a la puerta de un establecimiento de los denominados “delicatessen” y me animé a “inmortalizarla” con mi cámara de fotos.
Lo que antes era algo sumamente corriente convertido casi en artículo de lujo. ¡Una ristra de ajos!
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