Para disfrutar de la comida hay infinidad de maneras; algunas muy elaboradas del tipo de los grandes restauradores con muchas estrellas Michelin, y otras más sencillas a la manera de la cocina casera de nuestras madres y abuelas. El resultado que se persigue es siempre el mismo: agradar nuestro paladar.
Hoy quiero desvelar aquí lo que se podría considerar un secreto familiar de cocina. Un plato que, según mis cánones de degustación (y lo dice un vasco de buen comer), es el no va más dentro de su simplicidad y de sus resultados; una verdadera delicatessen: la alcachofa cocida.
Parece increíble que la más amarga de las verduras pueda llegar a tal grado de exquisitez culinaria pero así es. O así lo es para mí.
Hay muchas maneras de cocinar la alcachofa, pero a la que aquí me refiero en concreto es una que aprendí de mi abuela, y que desde mis tiempos de chaval, hace ya más de cuarenta años, hasta hoy en día, mantengo diariamente durante la temporada de la alcachofa.
La receta no puede ser más simple: Se cuece la alcachofa entera con un poco de sal, tal cual, entera, sin quitarle las hojas externas ni recortarlas. Se escurre, se deja enfriar, y ya está. Como condimento se aliña en una salsera aparte dos/tres cucharadas de aceite de oliva virgen extra con dos/tres gotas de vinagre (dependiendo del tamaño de la alcachofa).
Deshojar las hojas de la alcachofa una por una, untando brevemente cada una en la vinagreta hasta llegar al corazón es un proceso de degustación sublime. Un verdadero “bocato di cardinale”.
Una verdadera delicatessen al alcance de cualquiera.¡Palabra!
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