En
ocasiones, cuando aun utilizábamos carretes de película para nuestras
fotografías, a la hora de recoger las fotos reveladas en el laboratorio
solíamos llevarnos alguna que otra sorpresa: los pies o las cabezas de las
personas fotografiadas cortados, edificios torcidos, fotos borrosas…
Actualmente,
las cámaras digitales nos proporcionan la inmediatez de poder ver al momento en
su visor el resultado de la foto que acabamos de sacar, aunque -eso sí- en un
tamaño minúsculo, ya que las pantallas suelen tener unas pocas pulgadas. Además
nos permiten borrarlas instantáneamente si el resultado no es de nuestro
agrado.
Pero si
el que saca las fotos es como yo, que no se detiene a observar una por una como
ha quedado la foto recién sacada en el visor, y tira y tira fotos en función de
lo que está viendo sin preocuparse del resultado momentáneo obtenido, resulta
que a la hora de descargar las fotos al ordenador y visualizarlas, también se
lleva sorpresas.
Ese es
el caso de la foto que acompaña al post. Una foto de las muchas que he hecho
del reportaje sobre el festival de los carnavales en la escuela, y que a
primera vista –y no sé por qué- me apareció como “movida”. Sin embargo me llamó
la atención el colorido y el efecto de movimiento resultante, y en lo que en un
primer momento estuvo a punto de ir directamente a la papelera de reciclaje, se
ha convertido en una foto para guardar: una sorpresa digital.
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