Si
hubiera empresas que necesitasen de clientes como yo para subsistir, haría
tiempo que ya habrían quebrado y estarían en bancarrota.
Me
refiero a las máquinas tragaperras, casinos, apuestas e industria del juego en
general. Además de que me parece algo sumamente complicado (nunca he llegado a
comprender toda la parafernalia de los bonus, avances, doubles, estrellas,
jokers y demás) el confiar en la suerte y el azar para conseguir unas ganancias
económicas va más allá de lo que, personalmente, estoy dispuesto a aceptar.
Y eso
que vivo en un ambiente en el que el concepto de apuesta es algo que va con la idiosincrasia del país y de sus
habitantes: en el País Vasco, donde de todo se hace una apuesta, partiendo de
los deportes rurales (aizkolaris, segalaris, harrijasotzailes,
pruebas de animales…), pasando por las traineras o la pelota, el deporte
nacional, hasta llegar en la vida diaria a la apuesta por la apuesta, el típico
“¿qué
te juegas a que…?
Sin
embargo, he de reconocer que hay personas en las que el juego y las apuestas
están por encima de otras muchas necesidades vitales. Los hay que llegan a
enfermar y caen en ludopatías, pero los
hay también que sin llegar a ello disfrutan con el juego y son capaces de apostarse
cualquier cosa con tal de satisfacer su ego jugador.
Para
muestra un botón que recientemente he visto en Lanzarote. Me estoy refiriendo a
la llamada “Casa de Omar Sharif”,
ahora conocida como Lagomar en la
localidad de Nazaret.
Dicha
casa es una preciosidad, una obra de arte, diseñada por el artista César
Manrique, está construida en la ladera de una colina aprovechando las cuevas,
túneles y las cavidades de la roca volcánica sobre la que se asienta.
Según
se cuenta, -y así está recogido en un cartel en el interior de la construcción-,
Omar Sharif llegó a la isla de Lanzarote para rodar una película (“La isla
misteriosa”), y durante el rodaje vió la casa y se quedó prendado de ella, de
tal manera que la compró en el acto. Ese mismo día, para celebrar la
adquisición, invitó a varios amigos y organizaron una partida de cartas -de bridge concretamente al que el actor era
gran aficionado- en la que el ambiente se debió caldear de tal manera que Omar
Sharif se jugó la recién comprada casa, y la perdió.
¡Semejante
casa apostada en una partida de cartas!
¿El
lector de este post que haría?
Yo, lo tengo muy claro.
Yo, lo tengo muy claro.
Imágenes del interior de la "Casa de Omar Sharif"
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