28 mar 2015

LAS BATALLAS DEL ABUELO: (3) EL PARAGUAS

Esta última temporada de lluvias que estamos padeciendo me ha traído el recuerdo de una anécdota de mis tiempos infantiles.

Allá por 1966, en Rentería, donde yo vivía, no había Instituto de Enseñanzas Medias, por lo que si queríamos estudiar el entonces denominado Bachillerato Elemental, teníamos que desplazarnos hasta San Sebastián, la capital de la provincia, a unos ocho kilómetros.

Para ello utilizábamos el llamado “Topo”; un ferrocarril eléctrico de vía estrecha en el que en horas punta de mañana y tarde nos amontonábamos toda la chavalería del pueblo y la de los limítrofes para acudir a los dos Institutos que había en San Sebastián, uno para chicos –el Peñaflorida- y otro para chicas –el  Usandizaga-, relativamente cercanos a la estación de nuestro querido “Topo” en el barrio de Amara.

En el “Topo”, uno de los lugares más codiciados por la chavalería para hacer el viaje  eran los “balcones”,  los lugares de acceso a las máquinas y a los vagones que quedaban abiertos al aire libre (ver foto).

En uno de ellos me encontraba yo uno de los muchos días de sirimiri de aquellos inviernos, jugando con el paraguas hacia el exterior de la máquina, cuando, de repente, y sin saber bien cómo, mi paraguas se trabó con los setos que separaban las vías del paseo de Amara, y me encontré, de buenas a primeras, únicamente con el mango del paraguas en la mano. ¡Sólo con el mango de madera del paraguas!


Cuando llegué a casa con mi mango de paraguas en la mano como testigo de mis “aventuras”, me cayó una buena. Pero ahora, desde la perspectiva, creo que a mis espaldas mis padres se debieron reír mucho por mi ingenuidad infantil.

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