Aprovechando
las vacaciones de Semana Santa nos hemos dedicado unos días a viajar por
Castilla. Allí me he reencontrado con uno de los lugares que guardaba marcado
en mi memoria: la Laguna Negra, en
Soria.
Calculo
que hará 47 años (si la memoria no me falla) de mi primer y único campamento –o
colonias- de verano que pasé allá, en los pinares cerca de Vinuesa (Soria) junto a mi
hermano, sus compañeros de colegio y los curas que lo dirigían.
La
impresión que me he llevado estos días ha sido que todo se mantenía igual; los
pinares, el riachuelo con sus pedregales, el cielo azul, el aire limpio y los
olores a piñas y resina.
Únicamente
una gran diferencia: la nieve en multitud de espacios y, sobre todo, el
encontrarnos con la Laguna Negra
helada casi en su totalidad, algo impensable en nuestras colonias de verano.
Sin
embargo el paso de los años se nota en pequeños/grandes detalles: las
carreteras bien asfaltadas, los caminos y las sendas señalizadas, e incluso en
una especie de circuito de madera que bordea la Laguna Negra, y que facilita su visita bordeándola en una pequeña
parte de su extensión.
Eso sin
contar de la existencia de aparcamientos específicos, a relativa escasa
distancia, acondicionados para dejar el coche mientras un bus lanzadera te
acerca –previo pago en días de grandes afluencias, como en verano- a los pies
del último recorrido que te lleva al impresionante fenómeno natural que es la laguna.
Nosotros
hicimos el último tramo del recorrido, de unos dos kilómetros, a pie, y fue
como volver un poco al pasado. Sólo nos faltó continuar el camino para subir
hasta el Pico de Urbión, como lo hicimos de chavales y poder observar la
laguna en su totalidad desde lo alto, pero eso, a estas alturas de la vida, y
andando escasos de tiempo para visitar también otros lugares, son ya palabras
mayores…
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