Todo
pueblo o ciudad que se precie tiene en alguna de sus plazas o parques un
estanque cerrado con patos para la observación y el disfrute de los niños.
Aquí, en Zarautz, también tenemos uno, que aunque en realidad tiene otro
nombre, en la práctica es conocido por todos como “el parque de los patos”.
Pero
los patos de los que voy a hablar hoy no son ésos, sino otros con mucho más
carisma, y en mi opinión, mucho más importantes.
Resulta
que en la regata que atraviesa el pueblo por su zona sur, tenemos varias
familias de patos salvajes, que han anidado por segundo año consecutivo y que
han tenido “familia”. Yo he visto dos familias con sus correspondientes “camadas”
(¿se dice así?), una de ocho y otra de siete crías, que se llevan unas tres
semanas de diferencia, aunque me han comentado que ha habido hasta cuatro
parejas anidando en los márgenes del encauzamiento de la regata.
Lo
cierto es que tener patos en el pueblo lo considero una noticia positiva, ya
que ver integrados en un entorno ciudadano a unos animales totalmente
silvestres –aunque nos sigan mirando de reojo con todas las precauciones del
mundo- es algo muy importante, que denota por un lado que las condiciones del
río han mejorado en los aspectos de limpieza y salubridad, y por otro que es
posible que la vida, llamémosla salvaje, sea viable en entornos cercanos a
nosotros.
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