12 jul 2015

GUARRO

Quien más, quien menos, cuando vamos de viaje de vacaciones a un nuevo lugar desconocido, volvemos con algún souvenir o recuerdo.

En ocasiones estos souvenirs son algo físico como figuritas, cerámicas, alimentos autóctonos (vinos, quesos, dulces…), si bien en mi caso suelen ser otras cosas bastante diferentes (ver: “Souvenirs”).

Otras veces -y es lo más normal- los recuerdos vuelven en forma de imágenes, cantidad de fotografías sacadas en todos los lugares que hemos visitado y que quedan recogidas en álbumes de fotos o en formato de vídeo.

Pero hay otro tipo de recuerdos que son inmateriales, intangibles, sin soporte físico alguno y que van asociados a nuestros sentidos.

Pueden estar relacionados con el gusto (platos típicos del lugar, frutas exóticas, dulces de elaboración artesanal…), con el oído (sonidos agradables como una canción determinada, el sonido de una cascada, las olas rompiendo contra las rocas de una cala, los insectos nocturnos…, o sonidos más desagrables (ver: “Ronquidos”), o con el olfato, y es aquí donde voy a incidir hoy en esta entrada al blog.

Ha sucedido hace unos días en nuestras vacaciones en Mallorca, concretamente en la visita a las Cuevas del Drach. Allí nos tocó soportar los apestosos olores corporales que desprendía un hediondo individuo caucásico -yo diría que de los países del este- que por desgracia, coincidió en nuestro recorrido en barca por el lago interior de las cuevas.

Hasta dónde llegaba el asqueroso hedor que emanaba de él, que en la cola de acceso, en la que todos íbamos en la típica aglomeración humana de hombro con hombro, a su alrededor se formó una zona libre de gente ya que nadie podía aguantar la peste que echaba aquel guarro.

Lo dicho, un recuerdo oloroso que va a ser imborrable. ¡ GUARRO !

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