A raíz
del artículo que publiqué la semana pasada, mi vena friki en su versión
coleccionista se ha puesto en marcha, y estos días he estado revisando las
estanterías, baldas y demás sitios de la casa susceptibles de contener recuerdos
y souvenirs de vacaciones, y he de reconocer que la cosecha ha sido abundante.
En
primer lugar he de destacar que, por suerte, la gran mayoría son de pequeño
tamaño (alrededor de los 10 cm,
más o menos) y en segundo, que se engloban en dos grandes categorías: los “manufacturados” y los “naturales”.
En la
primera se incluyen aquellos que han sido comprados en tiendas y/o a vendedores
ambulantes, y en la segunda, la de los “naturales”,
se trata de todos aquellos que he recolectado en mis viajes sin ánimo de
expolio, ni de atentado ecologista; son pedazos de piedras, de rocas y restos
mineralizados encontrados en alguno de los lugares que he visitado. Éstos
tienen un valor mayor sentimental para mí porque los relaciono con lugares que
guardo en mi memoria.
En el
fotomontaje una muestra de los recuerdos y souvenirs que he ido recopilando.
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