3 oct 2015

LAS BATALLAS DEL ABUELO (5): El 850

Desde que saqué el carnet de conducir a los 18 años, he tenido la suerte de disponer de coche para moverme por ahí. O sea que llevo más de 40 años en la carretera.

El primer coche que tuvimos en casa fue un Seat 133 amarillo que compró el aita (mi padre) allá por mediados los 70, y del que enseguida - esgrimiendo la excusa de que me hacía falta para ir a la Facultad y al trabajo de los veranos y de los fines de semana – casi me apropié en exclusividad.

En esta tesitura estábamos cuando se decidió a comprar un Seat 850 de segunda mano (tercera, o a saber el número de manos por las que había pasado) y dejármelo en exclusiva para que yo realizase mis múltiples actividades todas lejos de mi localidad. Era un 850 matrícula de Barcelona, de un color verde-amarillento, amarillo-verdoso, que sin caer en el pistacho brillante no resultaba demasiado llamativo pero sí original, y que resultó un leal compañero de viajes durante unos años hasta que me dejó tirado, con el motor quemado, en un pueblecito de Zaragoza, donde se quedó para el desguace.

Pero claro, era un re-segunda mano, y como tal, cada dos por tres daba problemas mecánicos. Voy a señalar uno de ellos que es el que da pie a la “batalla” de hoy:

Durante los veranos, en periodo vacacional de la Facultad, yo trabajaba en Fuenterrabia (hoy en día Hondarribia, Gipuzkoa) en el bar de la playa. Para cuando terminábamos la jornada laboral eran ya casi las 10 de la noche. En principio no teníamos problemas para volver a Renteria, mi casa a 16 Km, aunque hubiese terminado el servicio de autobuses de línea, ya que disponía de mi flamante 850.

Pero he aquí que una noche, al arrancar el coche, se rompió el cable del acelerador. ¡Nos habíamos quedados colgados!, y, ¡lo peor!, sin posibilidades de transporte público para volver a casa. O sea que tuvimos que improvisar:

Con una cuerda atamos el tirador del acelerador supliendo al cable para que el motor estuviese acelerado cual si se estuviese acelerando de verdad, y aprovechando ese ralentí extremo, al soltar el embrague con la marcha metida el coche avanzaba con una velocidad uniforme.

Ni que decir tengo –y cualquiera que conduzca sabe lo que sucede cuando se embraga con el acelerador pisado- lo que tuvimos que aguantar tanto a nivel sonoro del motor (embrague + aceleración) cada vez que cambiaba de marcha, como de tensión para conducir (¡que no se calase!), como de velocidad de crucero (creo que el máximo que logramos eran unos 50-55 Km/h en llano)…; con decir que la subida del alto de Gaintxurizketa fue mundial me quedo corto.

Pero lo logramos. Llegamos a Renteria en el 850 y con cuerda atada en su motor. ¡Lo que no haga la juventud…!

2 comentarios:

iizar dijo...

es preocupante lo de tu memoria, el 850 no murió como cuentas!!

Jokin Izar dijo...

Es preocupante, sí, porque no es algo que lo haga a posta. Rerctifico: no "me" dejó, "te" dejó tirado.