Desde
que saqué el carnet de conducir a los 18 años, he tenido la suerte de disponer
de coche para moverme por ahí. O sea que llevo más de 40 años en la carretera.
El
primer coche que tuvimos en casa fue un Seat 133 amarillo que compró el aita
(mi padre) allá por mediados los 70, y del que enseguida - esgrimiendo la
excusa de que me hacía falta para ir a la Facultad y al trabajo de los veranos
y de los fines de semana – casi me apropié en exclusividad.
En esta
tesitura estábamos cuando se decidió a comprar un Seat 850 de segunda mano
(tercera, o a saber el número de manos por las que había pasado) y dejármelo en
exclusiva para que yo realizase mis múltiples actividades todas lejos de mi
localidad. Era un 850 matrícula de Barcelona,
de un color verde-amarillento, amarillo-verdoso, que sin caer en el pistacho
brillante no resultaba demasiado llamativo pero sí original, y que resultó un
leal compañero de viajes durante unos años hasta que me dejó tirado, con el
motor quemado, en un pueblecito de Zaragoza, donde se quedó para el
desguace.
Pero
claro, era un re-segunda mano, y como tal, cada dos por tres daba problemas
mecánicos. Voy a señalar uno de ellos que es el que da pie a la “batalla” de
hoy:
Durante
los veranos, en periodo vacacional de la Facultad, yo trabajaba en Fuenterrabia
(hoy en día Hondarribia, Gipuzkoa) en el bar de la playa. Para cuando
terminábamos la jornada laboral eran ya casi las 10 de la noche. En principio
no teníamos problemas para volver a Renteria, mi casa a 16 Km, aunque hubiese
terminado el servicio de autobuses de línea, ya que disponía de mi flamante 850.
Pero he
aquí que una noche, al arrancar el coche, se
rompió el cable del acelerador. ¡Nos habíamos quedados colgados!, y, ¡lo
peor!, sin posibilidades de transporte público para volver a casa. O sea que
tuvimos que improvisar:
Con una
cuerda atamos el tirador del acelerador supliendo al cable para que el motor
estuviese acelerado cual si se estuviese acelerando de verdad, y aprovechando
ese ralentí extremo, al soltar el embrague con la marcha metida el coche
avanzaba con una velocidad uniforme.
Ni que
decir tengo –y cualquiera que conduzca sabe lo que sucede cuando se embraga con
el acelerador pisado- lo que tuvimos que aguantar tanto a nivel sonoro del
motor (embrague + aceleración) cada vez que cambiaba de marcha, como de tensión
para conducir (¡que no se calase!), como de velocidad de crucero (creo que el
máximo que logramos eran unos 50-55 Km/h en llano)…; con decir que la subida del
alto de Gaintxurizketa fue mundial me quedo corto.
Pero lo
logramos. Llegamos a Renteria en el 850
y con cuerda atada en su motor. ¡Lo que
no haga la juventud…!
2 comentarios:
es preocupante lo de tu memoria, el 850 no murió como cuentas!!
Es preocupante, sí, porque no es algo que lo haga a posta. Rerctifico: no "me" dejó, "te" dejó tirado.
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