Además
de los cinco sentidos intrínsecos a
todos los seres humanos (salvo algunas excepciones a cuenta de enfermedades,
accidentes o genética) que son, vista, oído, olfato, tacto y gusto, y de la
existencia de un sexto sentido, que
carece de nombre específico como tal y que no está al alcance de todas la
personas aunque está reconocido a nivel mundial consistente en apreciaciones y
sentimientos subjetivos de adivinación del futuro, intuición, presentimiento y visiones
semejantes, existe un séptimo sentido:
el
sentido del ridículo.
Pues
bien, este séptimo sentido es uno de los que, personalmente, tengo más
arraigados y contra el que por mi desarrollo personal-profesional –soy maestro-,
he tenido que bregar durante muchos años.
Me
explico: en la escuela, por estas fechas se suelen celebrar los Carnavales, lo
que implica que todos -alumnos y profesorado- se tenga que disfrazar en función
del tema elegido para cada año ya que se celebra un festival al que acuden toda
la comunidad educativa y sus familias. Y disfrazarme es apelar a mi séptimo
sentido.
Hubo un
tiempo en el que, siendo más joven, le hice frente y sobrepasándolo me disfracé
como el resto de mis compañeros, pero llegó un momento en el que pudo conmigo y
dejé de hacerlo; desde entonces no he vuelto a disfrazarme ya que me siento
completamente ridículo disfrazado.
De
todas formas, y para constatar que este séptimo
sentido no afecta a la mayoría de las personas, dejo aquí un enlace con
imágenes de los Carnavales de mi escuela (clicar sobre la imagen).
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