Vaya
por delante el señalar que no tengo absolutamente nada en contra de los chicles
ni de quienes los mascan; yo soy uno de ellos y diariamente masco un mínimo de
dos chicles. Es más, seré de los pocos maestros que en clase permiten que sus
alumnos masquen chicle, aunque, eso sí, con dos condiciones: que no se vea ni
se oiga. En caso de incumplimiento…el chicle va a la basura.
¿A la
basura? Sí, pero, ¿a dónde?, puesto que tarda una media de cinco años en
degradarse y además el principal
problema a la hora de reciclarlo es que se trata de un material de muy difícil
reciclaje, prácticamente imposible de tratar, aunque se estén dando ya algunos
pasos en ese sentido.
De
todas maneras el problema más importante es el de la falta de educación para
con el chicle. Lo más normal, sobre todo entre la chavalería, es tirarlo en
cualquier lugar, con lo que ello lleva consigo de suciedad, de cantidad de
gérmenes que acumulan, de falta de estética en las calles y del dineral que
supone su limpieza por medios químicos para los Ayuntamientos (cinco veces el
valor del chicle).
Como se
puede apreciar en las fotos que acompañan al post, hay ciertos lugares en los
que debido a la gran presencia de jóvenes, la cantidad de chicles tirada al
suelo es particularmente relevante y definitoria de la falta de concienciación
de los mismos. En este caso en concreto se trata de una calle de Zarautz en la
que se localiza el Gazteleku (Centro juvenil) de la localidad.
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