He de
reconocer que durante muchos años fui lo que se llama “un mico comiendo”. El trabajo que dí en casa y lo que hice sufrir a
mi ama y amona*, que eran quienes se afanaban en hacerme las comidas más
llevaderas, poniéndome para comer casi en exclusiva los platos que me gustaban,
es algo que ahora, desde la distancia, valoro de manera absoluta.
O sea
que, mientras estuve en casa de adolescente y de joven, aunque tenía problemas
con la comida, lo fui sobrellevando. El problema se presentó cuando me tocó
hacer la mili; allí no había una
familia que pudiera darme todos los mimos culinarios a los que estaba
acostumbrado.
El
proceso de adaptación fue duro.
Es
notoriamente conocido que el rancho
de los cuarteles militares no era, lo que se dice, algo que destacase por su
calidad y variedad ni por su esmerada elaboración (a todos nos tocó pasar
alguna vez por la cocina y veíamos lo que se trajinaba allí), por lo que, una
vez aceptado por mi parte que el comedor del cuartel era lugar “non grato”,
tuve que buscarme la vida para no morir de inanición.
En la
época de la mili aprendí a comer, entre otras cosas, una variedad de bocadillos que ni hubiese pensado
existieran con anterioridad: fríos y calientes, de una extensa variedad de
embutidos de todas las clases y colores, de tortillas de todos los tipos e,
incluso, de alimentos procedentes del enlatado (¡hasta de mejillones en
escabeche!).


De
todas formas el plato estrella, tanto para mí como para muchos de los reclutas
que estábamos cumpliendo la mili, era “el
completo” (ver foto). No era un plato al que tuviésemos acceso todos los
días, pero en cuanto podíamos, allá que nos íbamos por él.
Justo
enfrente del cuartel, al final de la Calle Aturo Soria, había un bar que yo
creo subsistía casi exclusivamente en base a los parroquianos militares
habituales de enfrente. En el bar lo típico para todos nosotros era sentarnos a
degustar con fruicción –hambre acumulada- un completo.
¡Aquello si que era el summum!,
la tabla de salvación de nuestros estómagos naufragos y sin calorías.
(*) ama y amona = madre y abuela
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