Quizás
esté exagerando un poco con semejante título, pero la verdad es que casi, casi,
me siento así. Me explico.
La
semana pasada –el viernes 11- fui sometido a una intervención quirúrgica en el
brazo derecho para solucionar una neuropatía del nervio cubital a la altura del
codo.
El
cirujano ya me advirtió que me iba a dejar “como
Napoleón”, es decir, con el brazo cruzado sobre el pecho, durante dos
semanas y media, ya que debía inmovilizarme las articulaciones del codo y la
muñeca a fin de asegurar el resultado de la operación.
Para
ello, me escayoló el brazo desde un poco más abajo del hombro hasta el dorso de
la palma de la mano, con lo que el movimiento del brazo quedó seriamente
restringido, máxime cuando además debía de llevarlo sujeto en cabestrillo.
Resultado: ¡manco!
Menos
mal que los dedos han disfrutado de cierta movilidad, aunque restringida por la
escayola y las vendas, y me han servido para ayudarme en muchos de los
quehaceres cotidianos que, ¡cómo no!, han tenido que realizarse en exclusiva
con mi mano izquierda.
Más o
menos, para estas alturas, ya le he ido cogiendo el tranquillo al asunto y me
manejo solo para casi todas las cosas, si bien todavía hay algunas para las que
necesito ayuda puesto que si no soy incapaz de realizarlas, como desvestirme
una camiseta, echarme desodorante o ponerme los auriculares inalámbricos
(parece una tontería, pero os reto a ponéroslos únicamente con vuestra mano mala, en mi caso la zurda). Lo que
peor llevo es lo de dormir; mi postura habitual es bocabajo, y claro, con el
cabestrillo es algo imposible, o sea que de lado o bocarriba, con lo me cuesta
una barbaridad conciliar el sueño, que además en estas posturas resulta corto.
De
todas formas mantengo el humor que me ayuda a sobrellevar esta peculiar convalecencia
de a mano única y me dice: “¡Ánimo,
que ya te queda menos!
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