Llevo
una temporada en la que me está dando por pensar en el mundo de los perros, o más
bien en todo lo que les rodea.
Muchos
días me suelo cruzar en mis marchas habituales con un señor paseante de perros, generalmente lleva
unos ocho o nueve con sus correas, bolsas y atarrios, aunque a veces lo veo
también por la playa con los perros sueltos dejándolos corretear libremente.
Y
pienso: ¿Un nuevo empleo? ¡Ya! Seguramente se tratará de un ejemplo de lo que
se da en llamar “economía sumergida”, porque a ver quién si no se pone a dar de
alta en Autónomos para conseguir contratos para pasear perros y cotizar para
una futura pensión.
En lo referente a la comida también han cambiado los tiempos. De aquellos en los que los perros de nuestras casas se alimentaban de los restos que quedaban en nuestras cocinas y platos, a la gran variedad de compuestos alimentarios que llenan pasillos y estanterías completas de los supermercados se ha dado un paso de gigante. |
Vale que por aquí el clima tienda a húmedo y fresco, pero
que eso haga que los perros por la calle vayan más abrigados contra las
inclemencias del tiempo que muchas de las personas que nos movemos por ella ya
clama al cielo. Impermeables, capas, abrigos, vestidos, gorros, jerseis,
chubasqueros, bufandas…toda una guardarropía que hace unos años hubiese
resultado impensable, pero que en la actualidad va a más.
¡Y qué
decir del “cuidado personal” de los
perros! Empezando por el veterinario, quien se ha convertido en una especie de médico de cabecera, de visita periódica,
obligada y habitual, y siguiendo por otros profesionales, principalmente de
estética que lavan, secan, cortan, peinan, masajean y tiñen a los animales.
Y
complementos, y juguetes, y hoteles, y residencias de vacaciones, y casas
adecuadas… Todo lo que se nos pueda ocurrir para nuestras mascotas, todo para
nuestros perros, todo con un coste…
¡El negocio de los perros!
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