Hace un par de semanas, mientras elegía algunas poesías de Gabriel Celaya para hacer una de mis Foto-Poesías para el blog, me dio qué
recordar, porque yo le conocí personalmente.
En mi juventud, en la época de estudiante, aprovechaba las
vacaciones de verano para sacarme unas pesetillas trabajando en el bar de la
playa de Fuenterrabía (Hondarribia en la actualidad). Fue allí donde conocí a Gabriel Celaya, y ¡cómo no!, a su mujer
Amparo (Amparitxu la llamaba).
Resulta que su mujer era muy playera así que prácticamente
todos los días que hacía buen tiempo, a media mañana, aparecía la pareja por el
espigón y se nos instalaban en una de las mesas de la zona cubierta de la
terraza con toda la parafernalia necesaria para un día playero: bolsas,
toallas, comida… y material de lectura y escritura.
La rutina de los Celaya era prácticamente idéntica todos los días; mientras Amparo se iba a la playa a bañarse y tomar el sol, Gabriel se quedaba a la sombra en la terraza mientras leía y, sobre todo, escribía en sus papeles. A la vuelta de Amparo se tomaban un aperitivo y comían; a media tarde recogían sus trastos y de vuelta para casa.
Nos hacía gracia que Gabriel muchas veces en lugar de hacer
el pedido al camarero, se escapara de la mesa y nos viniera a la barra a pedir
un whisky extra para evitar el control de su mujer, pero no solía valerle de
mucho porque como la que siempre pagaba la cuenta era ella casi siempre acaba
abroncado, con cariño eso sí, pero sin librarse de la regañina.
A nivel personal era un hombre afable, siempre sonriente y
algo despistado que solía andar preguntándole a Amparo dónde había dejado las
cosas.
Yo estoy convencido que mucho de la obra y poesía que
escribió Gabriel Celaya en la
primera mitad de los 70 está escrita sobre una de las mesas de madera del bar
de la playa de Fuenterrabía (Hondarribia) en el que yo trabajaba.
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