Tengo
la cabeza grande, bastante grande; con decir que suelo tener dificultades para
encontrar mi talla a la hora de comprar gorras y sombreros (XL, de 61 cm) creo que doy una
imagen aproximada del tamaño. Esto hace que tenga –o haya tenido, que el tiempo
no pasa en balde- una superficie capilar
muy extensa.
Y de eso voy a hablar, de mis pelos.
Y de eso voy a hablar, de mis pelos.
Como todos los chavales de mi época el flequillo fue mi seña de identidad y mi peinado durante muchos años, hasta que al comienzo de la adolescencia me incliné por la raya a un lado. Ahí empezaron mis problemas ya que con el pelo me crecía una onda en el centro de la frente que me traía por la calle de la amargura. El peluquero intentaba ponerme la raya a la izquierda, y ¡ni por esas!, a la derecha, mejoraba algo.
O sea que ahí anduve con mi melena adolescente pegándome con la dichosa raya y la onda hasta que llegué a la mili; allí terminaron mis problemas, porque me metieron una rapada al cero que tardó tiempos en levantar cabeza.
Licenciado
del servicio militar afinqué mi forma de peinerme, no muy corto, con la raya a
la derecha. La última vez que pisé una peluquería fue para el peinado de mi boda, ya que a partir de
entonces he tenido la suerte de tener la peluquera en casa.
Desde
muy joven las canas, hicieron acto de presencia y para la treintena estaba canoso y gris casi total, aumentando el
pelo blanco en gran manera, que
hasta a veces me daba risa/rabia que algunos niños pequeños en la escuela me
llamasen “¡aitona!" (abuelo) por mi
pelo blanco en la cuarentena-cincuentena.
Hoy en
día hay otros problemas: la línea de la frente se bate en retirada, las
entradas se fiordizan, el raleo se afianza y el “helipuerto” aumenta en
extensión, o sea… como dirían respecto a mi calvicie en una teleserie que me encanta , “winter is coming”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario