Creo
que la iglesia de Alaberga fue el último edificio que se construyó en el
barrio; allá por los principios de los 60 tengo imágenes borrosas en mi mente
–cada vez menos fiable- de camiones descargando piedras, muchas piedras, cantidades
inmensas de piedras, esas con las que se construyó la iglesia para nivelar el
desnivel del monte sobre el que se edificó. De todas formas el acceso quedó
“matador” ya que las escaleras resultantes para subir hasta la iglesia, además
de muchas, eran empinadas e irregulares. Eso sí, una vez arriba –mientras se
recuperaba el aliento- las vistas del pueblo eran bastante aceptables.
Empezó
a funcionar como parroquia con don Jesús
de párroco. Lo recuerdo como un hombre bastante serio, de voz profunda y nariz
algo aguileña. Fue el que comenzó con las movidas sociales del barrio, ayudando
a crear la asociación de vecinos en un local de los bajos de la iglesia.
Duró poco en el barrio, ya que se secularizó para casarse y –creo- se fue para Madrid.
Duró poco en el barrio, ya que se secularizó para casarse y –creo- se fue para Madrid.
Su coadjutor
era don David, que estuvo unos
cuantos años más al frente de la parroquia una vez que don Jesús se fue. Era un
hombre jovial que actuó mucho con la juventud del barrio con la que tenía gran
cercanía. Pero también sucumbió a la secularización y acabó abandonando la
parroquia para casarse.
Le
sucedió como párroco don Miguel, ya
cincuentón (por lo visto desde el obispado estaban mosqueados con tanta boda de
sacerdotes jóvenes en la parroquia) quien tampoco estuvo muchos años ya que
andaba con problemas de salud y tuvo que dejar la parroquia por algo del
corazón.
A todo
esto, coetáneo de todos estos sacerdotes estaba don Antonio Munduate, un
“cura obrero” que se decía por
entonces, ya que su principal trabajo era el de una fábrica -creo que la
Papelera- y ayudaba en la iglesia de Alaberga por sus quehaceres religiosos,
pero sin responsabilidad parroquial. Fue el cura que me casó.
Tras
todas las bajas de sacerdotes, el barrio quedó sin párroco oficial, y durante varios
años los servicios religiosos, misas, funerales, … quedaron a cargo de los
capuchinos, en especial de don José Luis Ansorena, quien compaginaba
su labor en la coral Andra Mari con las de “párroco” extraoficial de Alaberga.
A finales de lo 70 mi relación con la parroquia terminó y desconozco su posterior desarrollo.
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