El domingo pasado debía haberse celebrado un festival de cometas en la playa de Zarautz, pero se suspendió debido a las inclemencias del tiempo; amaneció un día de lluvia racheada y constante, que impidió que todo lo que estaba previsto se llevara a cabo. Habían venido aficionados de otras comunidades con sus espectaculares cometas, pero la lluvia se encargó de aguar (nunca mejor dicho) el espectáculo.
Aunque el tiempo estaba fatal, algunos se animaron y colocaron unas cuantas cometas estáticas de gran tamaño, pero eso fue todo ya que al poco rato tuvieron que retirarlas.
Incluso había preparado un taller de construcción de cometas para niños patrocinado por un periódico de la provincia, pero no pudo ser. Cuando yo pasé por los soportales del Malecón para verlo únicamente un par de familias con tres o cuatro niños se afanaban en construir las cometas, pero la lluvia no les dejaba probar las que iban construyendo.
Una pena. De verdad. Una pena, porque podía haber resultado un bello espectáculo para todos, no sólo para los aficionados, entre los que me encuentro, sino para toda la gente que los domingos se acerca a la playa a pasear.
Yo hace ya cierto tiempo que guardé mis cuatro cometas, de las acrobáticas de dos mandos, en el armario. Con una de ellas en especial, azul y amarilla muy parecida a la de foto, me lo pasaba especialmente bien haciendo toda clase de giros y maniobras. Aun ahora, de vez en cuando me acuerdo de ellas, y me vuelven las ganas volver a volarlas, pero al final la pereza, o la comodidad, hace que sigan guardadas en lugar de estar en su medio, en el aire, volando.
Esta mañana, al pasar por la playa he visto a unos niños pequeños con su padre intentando hacer volar una de las cometas del taller del domingo pasado. Parece que la semilla plantada (y súper regada) empieza a dar sus frutos. Bien!
No hay comentarios:
Publicar un comentario