Me
encanta mirar las estrellas.
Desde
que era un chaval he sentido admiración por el cielo nocturno; la miríada de
puntos luminosos de distintos tamaños y colores que forman la noche estrellada
siempre me ha atraído de forma especial.
Quise saber
más acerca de ellas y de las figuras que forman en el cielo y por ello tuve una
temporada que me dio por estudiarlas y me hice con abundantes textos, libros y
bibliografía. Entonces aprendí muchas cosas de esos puntitos de luz que vemos
sobre nuestras cabezas, que no siempre son estrellas, sino que también pueden
ser planetas, galaxias y otros cuerpos celestes, e incluso aprendí a distinguir
algunas constelaciones.
Pero siempre he tenido un problema que se ha ido
agudizando con el paso del tiempo, y que es el de la contaminación lumínica. Desde nuestros pueblos –y no digo ya desde
las grandes ciudades- la iluminación nocturna de nuestras calles y edificios
hace que cada vez sea más difícil ver las estrellas por el reflejo de la luz en
la atmósfera. Por ello procuro aprovechar los pocos viajes que hago a otros
lugares para intentar acceder a sitios naturales o de poca contaminación lumínica para poder ver mis queridas estrellas.
¡Ah! Y
un deseo que no sé si podré ver cumplido alguna vez: contemplar el cielo
estrellado de la noche austral, allá
por abajo del ecuador terrestre, en donde la configuración de estrellas y
constelaciones es completamente distinta a la que vemos desde nuestro
hemisferio.
Me
tendré que conformar con verlas en fotos y en algunos vídeos como los que acompañan al
post.
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