12 abr 2014

FAROS


Los faros son lugares que tienen la facultad de provocar en mí la capacidad de evocación y de fantasía: faros en los que se desafía a la bravura del mar con sus temporales amenazadores y olas gigantescas; luces que en la oscuridad de la noche tormentosa indican a los navíos donde se encuentra la línea de costa para evitar que encallen y naufraguen contra las rocas; la figura del farero azotada por el viento manteniendo encendida la luz a pesar de las circunstancias adversas de la meteorología…
En fin, una imagen bastante romántica y literaria, pero que añadida a los lugares agrestes en los que se ubican hacen que los faros sean lugares especiales y únicos.

A lo largo de mi vida, he vivido siempre en una zona costera y quizás imbuído por mis lecturas infantiles, los faros han tenido para mí una especial atracción. Aún hoy en día, cuando viajo por ahí de vacaciones, si tengo la oportunidad no dejo de visitar los faros de las localidades que visito. Es algo que tiene casi un carácter de ceremonial.

En mi relación con los faros recuerdo especialmente mis incursiones de adolescente con los amigos al Faro de la Plata en Pasaia, desde donde se puede ver uno de los paisajes más espectaculares de nuestra costa guipuzcoana, aunque también he estado en todos los demás faros de nuestra costa, si bien siempre desde el exterior, sin poder acceder a su interior e instalaciones por tener el acceso restringido.

Algunas noches, desde mi casa, y aunque el monte Santa Bárbara me lo oculta de una visión directa, puedo ver el reflejo de las luces del faro de Getaria adentrándose en la lejanía del mar Cantábrico lo cual hace que una brisa de ensoñación me acompañe.

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