Cuando
uno se va de vacaciones de verano a un lugar de buen tiempo y clima templado,
casi subtropical, como el de Lanzarote,
a la hora de organizar la maleta con la ropa necesaria para pasar allí unos días,
nadie se plantea el llevar vestuario “de invierno” tal como chamarra,
impermeable, bufanda o pantalones largos. Pero está visto
que la realidad no tiene nada que ver con nuestras expectativas.


A la hora de la cena, me presenté en el restaurante vestido correctamente pero en pantalón corto. El que hacía de jefe sala en ese momento me advirtió de que era inexcusable el pantalón largo para acceder al comedor. Cuál fue mi sorpresa cuando en esas mismas circunstancias (horario de cena, local y vestuario) el verano anterior no había tenido ningún problema de acceso al restaurante en pantalón corto. Se lo comenté al encargado, un joven de gafas, que me insistió en que él llevaba dos años en el establecimiento (yo no lo recordaba del año anterior) y que la normativa siempre había sido esa, según constaba en la página web del establecimiento, con lo que me dejó prácticamente como un mentiroso delante de las encargadas del registro de acceso al comedor.
Gracias
a que por las circunstancias climatológicas que tenemos en el País Vasco, el
viaje lo había realizado con los susodichos pantalones largos, tras cambiarme,
pudimos acceder al restaurante y cenar.
Al día
siguiente, y coincidiendo con que en esa noche se encontraba otro jefe de sala
distinto al “impresentable” del día anterior, y al que recordaba del año
pasado, le volví a comentar el asunto de los pantalones largos, de lo que, en
una sencilla explicación, me dio cuenta: resulta que en marzo de este año el
hotel había subido de categoría, pasando de las tres a las cuatro estrellas,
con lo que el nivel en lo referente a la etiqueta se había
elevado, de ahí la exigencia del pantalón largo para la cena. Una explicación
veraz, concisa y directa, sin prepotencias, ni falsedades como las del
maître de gafas de la víspera.
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